En todas la historia de la humanidad, solo de especies animales han sido libremente admitidas en la intimidad de nuestros hogares: los gatos y los perros. En un día perdido en el tiempo, celebremos un pacto tácito, no escrito, con sus antepasados salvajes, ofreciéndoles alimento y protección a cambio del cumplimiento de ciertas obligaciones.Los deberes de los perros eran complejos: incluían cazar, proteger las propiedades, defender a sus amos contra todo ataque, destruir sabandijas y tirar de nuestras carretas y trineos. Las condiciones puestas en los gatos fueron un poco más sencillas. Se les pidió, primero combatir ciertas alimañas y, luego, ser nuestros amigos en el hogar.El gato domestico es una verdadera contradicción. Ningún otro animal a desarrollado una relación tan intima con la humanidad mientras que, al mismo tiempo, conquistaba tantas libertades. Después de vivir con los seres humanos durante su infancia, el gato llega a considerarlos como sus propios padres.También el perro ve como a sus amos como padres. Pero el perro se ha desarrollado un vínculo adicional. En la sociedad canina hay los perros de arriba. La clase media, y los de abajo. Así, el perro consentido adulto, en circunstancia ideales, también considera a la familia humana como los miembros predominantes de la manda de allí su conocida reputación de obediencia y lealtad.
En el medio silvestre, casi todo el día, el gato se dedica a la cacería solitaria. Caminar, por tanto, junto a un ser humano, le atrae poco. En cuanto a “seguirnos los pasos” y aprender a “sentarse”, o “quedarse tranquilo”, a los gatos se les puede enseñar, pero en realidad no le interesa.Apenas logra convencer a un ser humano de que le habrá la puerta, en ese mismo instante el gato se va, sin volver la vista atrás, en cierto modo, el cerebro del gato domestico se “desconecta”, y se enciende el cerebro del gato salvaje. En semejante situación, el perro acaso mire hacia atrás, para ver si su compañero humano lo sigue, y así participar en los hoces de la exploración. leer mas
En el medio silvestre, casi todo el día, el gato se dedica a la cacería solitaria. Caminar, por tanto, junto a un ser humano, le atrae poco. En cuanto a “seguirnos los pasos” y aprender a “sentarse”, o “quedarse tranquilo”, a los gatos se les puede enseñar, pero en realidad no le interesa.Apenas logra convencer a un ser humano de que le habrá la puerta, en ese mismo instante el gato se va, sin volver la vista atrás, en cierto modo, el cerebro del gato domestico se “desconecta”, y se enciende el cerebro del gato salvaje. En semejante situación, el perro acaso mire hacia atrás, para ver si su compañero humano lo sigue, y así participar en los hoces de la exploración. leer mas
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